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Una noche de mayo

  • Foto del escritor: Arcandina Ecuador
    Arcandina Ecuador
  • 15 nov 2022
  • 3 Min. de lectura

Cuento inspirado en las Cartas del Mariscal Antonio José de Sucre


Por: María Elena Ordóñez


Una fría noche de mayo de 1822, un ejército llegó a las puertas de la hacienda Chillo en Sangolquí. Doña Rosa de Montúfar, la dueña de la hacienda, los recibió.

-Estamos muy cansados y mis hombres no han comido en varios días –le dijo el General Antonio José de Sucre.

-Pasen, aquí podrán descansar y alimentarse – le contestó Rosa –también les daré ropa y botas apropiadas para la montaña –agregó observando que muchos no tenían zapatos e iban descalzos.

-Es usted una gran amiga, Rosita. Cuánto me alegro de que comparta el sueño de ver a Quito libre de las cadenas de la opresión de España.

-La libertad, mi querido Antonio es el sueño de todos y el bien más preciado.

-Ud. sabe cuánto amo yo a Quito, no descansaré hasta ver a su pueblo libre.

El General y su ejército se quedaron varios días en la hacienda descansando y recobrando fuerzas.

En la madrugada del 23 de mayo de 1822 Antonio José de Sucre al frente de 3000 hombres ascendían por las laderas del volcán Pichincha. Adelante marchaba la tropa Alto Magdalena con 200 hombres colombianos. Los seguía el ejército principal al mando de Sucre, y al final, en la retaguardia protegiendo las municiones, iba el ejército británico del Albión.

Los hombres avanzaban con mucho esfuerzo por las laderas. El camino estrecho y las quebradas no los dejaban avanzar rápidamente. Por la noche los sorprendió la lluvia.


Al amanecer, Sucre temía que no pudieran cumplir el sueño de la libertad. Habían avanzado muy poco a causa de la lluvia que había convertido los caminos en ciénagas. El General, viendo a sus hombres cansados les ordenó:


-Mis valientes soldados, han realizado un gran esfuerzo al subir hasta aquí. Vayan a descansar y a recuperar fuerzas. ¡Escóndanse lo mejor que puedan! La libertad nos espera y tenemos que estar listos.

Lucas, el temerario indígena que espiaba para el ejército libertador le dijo:

-Mi general, las tropas españolas también han subido al volcán.

-Gracias por la información, mi buen Lucas. Vamos a darles el encuentro y a vencerlos.

Ya avanzado el día, los dos ejércitos se encontraron frente a frente y empezó la batalla. Al final, el ejército del General Sucre fue el vencedor.

-¡Ganamos, ganamos! –celebraban los soldados patriotas abrazándose y felicitándose entre sí.

-¡¡Bien hecho mis valientes soldados, hemos ganado la libertad!! –los felicitaba Sucre y se decía así mismo: “Bien hecho, Antonio, un sueño hecho realidad.”


El General Sucre amaba a Quito como si fuera su patria. Meses después lo nombraron Intendente de Quito y entonces se propuso alcanzar otro sueño: mejorar la educación del pueblo y emitió el siguiente decreto:

“Considerando que la instrucción pública está muy atrasada aquí, he creado una junta que se dedique a resolver los problemas de la educación y a conseguir fondos para poder dar una o dos becas para niños pobres y que se dediquen a estudiar”.

Tiempo después fue nombrado presidente de Bolivia y desde ahí escribía: “Mi anhelo es irme a vivir en Quito como un ciudadano privado; “De Chisinche a Chillo y de Chillo a Chisinche; unos buenos libros, unos pocos amigos y escogidos, una bonita casa de campo y querer cada día más y más a la buena compañera de mis destinos”.


Sin lugar a dudas, la ciudad de Quito fue la más amada de su corazón y este amor es correspondido por todos los ecuatorianos, especialmente por los y las quiteñas.


Este relato termina aquí, pero el sueño del gran Mariscal todavía está por cumplirse. ¿Cómo imaginas que podía cumplirse su sueño de mejorar la educación y de que los niños y niñas aprendan a disfrutar de la lectura de un buen libro?


El final lo pones tú

Ilustraciones Felix Paillacho



 
 
 

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